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Porque de Sión viene la instrucción; de Jerusalén, la palabra del Señor. Dios mismo juzgará entre muchos pueblos, y administrará justicia a naciones poderosas y lejanas. Convertirán en azadones sus espadas, y en hoces sus lanzas. Ya no alzará su espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra. Cada uno se sentará bajo su parra y su higuera; y nadie perturbará su solaz —el Señor Todopoderoso lo ha dicho—. Todos los pueblos marchan en nombre de sus dioses, pero nosotros marchamos en el nombre del Señor, en el nombre de nuestro Dios, desde ahora y para siempre. —Miqueas 4:2b-5

Queridas hermanas y queridos hermanos en Cristo,

«Convertirán en azadones sus espadas, y en hoces sus lanzas «: esta visión del profeta Miqueas ha inspirado a pacificadores y pacificadoras durante casi 3.000 años. La imagen de un herrero que transforma sus armas en herramientas de labranza ha sido invocada en muchas luchas. Muchas de ellas fueron costosas: las personas que tenían paz en sus corazones arriesgaron sus vidas para detener la violencia, para luchar contra la injusticia y para alcanzar la reconciliación.

La pacificación es una tarea dura porque busca, de acuerdo a Miqueas, una transformación radical: nuestros recursos sólo deben utilizarse para mejorar la vida y no para traer la muerte, ninguna nación amenazará a otras con la guerra, y el mundo entero desaprenderá la violencia.

Estas palabras resultan muy pertinentes hoy en día. Las personas en situaciones de guerra -en Ucrania, Myanmar, Sudán, Siria, Yemen y muchos otros lugares del mundo- ha experimentado durante años lo costoso que puede ser el restablecimiento de la paz. Pero también han podido experimentar las bendiciones que Dios promete a quienes buscan la paz.

La búsqueda de la pacificación puede sacar lo mejor de la humanidad. En muchas situaciones de guerra, es posible ver un enorme valor, pasión y apoyo mutuo. La gente se compromete a proteger sus barrios, a apoyar a las personas refugiados y a mostrar al mundo que la justicia y la paz son realidades vivas, lo suficientemente sólidas como para oponerse a las fuerzas de la muerte, aunque sólo sea por un momento. Quienes se comprometen con la paz saben que lo que está en juego en una guerra no es sólo un interés estratégico o una posición política, sino los valores esenciales de aquello que somos como hijas e hijos de Dios.

La promesa de Miqueas se cumple en la crucifixión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. La victoria del día de Pascua sobre la muerte y sobre las fuerzas del mal -acompañada de la promesa de la gracia y la vida eterna- es el don divino más precioso para nosotras y nosotros. Pero es también, al mismo tiempo, un llamado. Los evangelios relatan que Jesús, luego de su resurrección, pidió a sus discípulos que volvieran a Galilea (Mateo 28:10). Galilea fue el lugar del ministerio de Jesús. Allí compartió la buena noticia con las personas pobres, allí proclamó la liberación de las personas prisioneras, allí devolvió la vista a las personas ciegas y anunció la libertad de aquellas que estaban oprimidas (Lucas 4:18). Al enviar a sus discípulos a Galilea, Jesús los convoca a continuar su ministerio y prometiéndoles que, en su tarea por la justicia, la paz y la reconciliación lo verían vivo.

En la convocatoria y la promesa de Jesús, podemos encontrar, con gratitud, la esperanza y la fuerzas para caminar en el nombre del Señor nuestro Dios y para asumir el compromiso de ser pacificadores y pacificadoras en este mundo, ya sea en conflictos tan violentos como la guerra o tan sutiles como una palabra abusiva oída por casualidad.

Trabajar por la justicia, por la paz y por la reconciliación es un llamado de la divinidad, en el que todas las personas, cada una en su propio contexto, así como en solidaridad y apoyo mutuo en todo el mundo, debemos participar de manera activa.

Los días son difíciles para muchas personas, pero a partir de la promesa de la resurrección sabemos con quién debemos caminar, trabajando duro para convertir las espadas en azadones, para que ninguna nación levante ya la espada contra otra nación, ni nadie se adiestre más para la guerra.

Les deseamos una bendecida Semana Santa,

Najla Kassab
Presidenta

Hanns Lessing, Philip Vinod Peacock, Phil Tanis
Secretaría General Colegiada

Image: Jessica Lewis/Unsplash