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“Cuando algún extranjero se establezca en el país de ustedes, no lo traten mal. Al contrario, trátenlo como si fuera uno de ustedes. Ámenlo como a ustedes mismos, porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo soy su Señor y Dios”.
— Levítico 19:33-34

La CMIR está profundamente preocupada por los derechos humanos fundamentales que les son negados a las personas refugiadas y solicitantes de asilo en diversas fronteras en todo el mundo. En los Estados Unidos de Norteamérica, la separación de niños y niñas de sus familias como un elemento disuasivo de la migración no solo resulta una violación flagrante de los derechos humanos, sino que también es detestable para el Dios de la vida al que adoramos. En Europa, mientras continúa el debate sobre las personas refugiadas, al Acuario, un barco que transportaba a 629 personas, incluidos 123 menores no acompañados, se le denegó un lugar para atracar en varios puertos, hasta que finalmente fue aceptado por España. El destino de las personas en otros barcos aún se está sopesando.

La protección de las personas vulnerables, particularmente los niños y las niñas, es imprescindible para nuestra fe y práctica de la vida cristiana. Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, hablando de la niñez, amonestó a sus discípulos diciendo: «Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan» (Mateo 19:14) y «si alguien hace pecar a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una gran piedra de molino y lo hundieran en lo profundo del mar.» (Mateo 18: 6).

Al hablar sobre el tema, la presidenta de la CMIR, Najla Kassab, dijo: «Los años de la infancia son años críticos, y cualquier humillación y práctica injusta hacia la niñez podría provocar cicatrices en su vida. Si esperamos ver a la justicia viva en nuestras sociedades, estamos llamados a empezar con la manera en que tratamos a los niños y a las niñas. Las prácticas injustas no son meros incidentes por los que apenas alcanza con pedir disculpas, sino más bien una experiencia que modela la vida. Los niños y las niñas pagan el precio cuando sus padres y madres se convierten en refugiados y refugiadas. Y cuando los y las maltratamos, pagan incluso un precio mayor».

La CMIR reconoce la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que afirma el derecho de todo ser humano a solicitar asilo; aún más, creemos que el problema apela al núcleo central del imperativo evangélico, la capacidad de amar. El sacrificio de los niños y de las niñas es repugnante para el Dios de la vida, que nos llama a la justicia y a la hospitalidad radical.

La CMIR exhorta a sus iglesias miembros a trabajar en favor de la justicia para todas las personas refugiadas y de aquellas que buscan asilo, y a presionar a sus gobiernos para que promulguen políticas de inmigración más justas. Valoramos el trabajo de las organizaciones que trabajan por la justicia para los y las migrantes y exhortamos a todas las organizaciones basadas en la fe a que se solidaricen con la justicia. Apelamos a poner fin a las prácticas coloniales, neocoloniales e imperiales que son responsables de la creación de las condiciones violentas, peligrosas e inseguras que son la raíz de la crisis migratoria.

¡Señor, oye el llanto de los bebés! Fueron arrancados del regazo de sus madres, arrancados de los brazos de sus padres, y encerrados con personas desconocidas, como advertencia, como arma de guerra. Señor, escucha a esos bebés. Jesús nos mostró tu amor por los niños y las niñas. Nos dijo que si alguno de nosotros, alguna de nosotras, coloca una piedra de tropiezo delante de uno de estos pequeños, de estas pequeñas, deberíamos también tener una gran piedra de molino atada al cuello para ahogarnos en las profundidades del mar. ¡Eso fue lo que él dijo! ¡Señor, escucha! Sí, también yo estoy escuchando. No voy a cerrar mis oídos. Hay bebés en mi vida, bebés en las fronteras de Europa. Hay bebés en barcos que se hunden en el Mediterráneo. Señor…

(Utilizado con permiso de la Alianza Reformada, Alemania)