Y había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre sus rebaños. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que serán para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Y esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y decían: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”
Y aconteció que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron los unos a los otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos ha manifestado. Y vinieron de prisa y hallaron a María, y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Y todos los que oyeron se maravillaron de lo que los pastores les decían. Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho. –Lucas 2:8-20
En medio de la dominación imperial, mientras César Augusto aplicaba más impuestos, e implementaba un censo para demostrar que Roma sí era dueña de sus sujetos, Lucas desvía nuestra atención hacia el lugar donde Dios estaba actuando, y más importante aún, hacia las personas con las que estaba actuando.
La palabra vino a aquellos que eran más discriminados por el imperio, los sin tierra, jóvenes sin techo en un frío y peligroso campo, espantando a los perros y sin fuego para protegerse del penetrante frío de la noche. Los pastores eran la personificación de los desposeídos. Ellos, por su pobreza, y también por su profesión, eran completamente despreciados por las leyes de la tierra y considerados como gente de poca confianza. Los pastores, al igual que los ladrones y las mujeres, no tenían permitido dar testimonio en las cortes de justicia. Aquellos que no eran lo suficientemente dignos para ser testigos, según las leyes del imperio, fueron escogidos para ver la verdadera realidad (el lugar donde Dios estaba realmente actuando).
Lo que estos testigos desposeídos vieron fue aún más increíble ya que cada atributo del llamado divino Emperador Romano fue dado a una familia marginada y a su primogénito: el Evangelio de Vida, el verdadero poder para cambiar y transformar. El comienzo del Reino de Dios (la misma palabra que “imperio” en griego) llegó sólo con el enfrentamiento al Imperio de Muerte; no movilizando un ejército militar de igual poderío, sino movilizando la esperanza en los desposeídos a través del amor de Dios.
¿Y hoy en día? Ciertamente el Imperio continúa con nosotros, de formas mucho más poderosas y graves. Los sistemas políticos, militares y económicos funcionan recompensando a los ricos mientras se explota y esclaviza a los pobres. Pero nosotros tenemos una ventaja que los pastores no tenían, a pesar de que fueron testigos del milagro del nacimiento, nosotros conocemos el final de la historia, y es que Dios, a través de Jesucristo y su sacrificio, venció a la muerte.
Quizás es aún más milagroso que seamos ahora una parte íntima del plan de amor y gracia que Dios tiene para este mundo. Somos ahora una parte de esta historia que empezó hace tanto tiempo en aquel establo de Belén. Que estas buenas nuevas formen parte de esta temporada de Navidad y del próximo año, mientras juntos continuamos escuchando a los pobres y desposeídos y trabajamos para compartir la verdad: que el Reino de Vida de Dios se esta moviendo, mientras la esperanza se afianza.