“Pero tú, Belén Efrata,
pequeña entre los clanes de Judá,
de ti saldrá el que gobernará a Israel;
sus orígenes son de un pasado distante,
desde tiempos antiguos.” —Miqueas 5:2
El texto de Miqueas 5:2 será leído en todas las iglesias del mundo este Adviento. “La pequeña ciudad de Belén” resonará en las lecturas de las Escrituras, los sermones y los villancicos más aún en los días de Navidad. Las imágenes del pesebre de la primera Navidad se recrearán en imágenes y en tarjetas navideñas. La Navidad dirige nuestros pensamientos hacia Belén.
Sin embargo, este año no habrá celebraciones navideñas en Belén. Por primera vez en mucho tiempo no habrá un árbol de Navidad en la plaza del Nacimiento. Tampoco habrá desfiles ni se encenderán luces. Las celebraciones serán silenciosas, y pequeños rituales y servicios de oración reemplazarán a las festividades normales. En la Iglesia Luterana de la Natividad, una figura del niño Jesús yace entre escombros, simbolizando al alto número de niños y niñas que han muerto. En Belén no se recuerda la Navidad, sino la matanza de los y las inocentes.
Muchas iglesias de todo el mundo también están pidiendo que se silencien las celebraciones navideñas para abogar por justicia en Palestina. La Iglesia Reformada Unida ha iniciado una campaña para que no se encienda la vela de Belén, la vela de la segunda semana de Adviento, como acto de solidaridad.
En el último trimestre de este año ha estallado una violencia espantosa en un contexto ya de por sí violento. Luego del atentado del 7 de octubre, en el que fueron asesinados 1.200 israelíes, más de 17.000 palestinos y palestinas han sido asesinados. Tras un breve alto el fuego, los ataques se han recrudecido causando la pérdida de más vidas.
Por desgracia, la comunidad internacional y las iglesias parecen haber perdido la brújula moral ante lo que ya comienza a ser calificado de genocidio. A esta falta de moralidad se une la falta de imaginación, ya que nadie es capaz de ver más allá del binario “derecho a la defensa” por un lado y la “ayuda humanitaria” por el otro. Lo que hace falta es salir de este círculo perverso y buscar alternativas inmediatas y duraderas con base en la justicia.
Quizá esta Navidad sea el momento de dirigirnos a Belén en busca de respuestas. En la Biblia – y por lo que sabemos de la historia bíblica – Belén, que significa casa del pan, era un lugar pequeño e insignificante, algo que también nos señala el profeta Miqueas. Sin embargo, de aquel insignificante lugar los profetas ven surgir una gran esperanza. Y quizá sea ésta la lección para el mundo de hoy: que las respuestas a estas terribles crisis no surgirán desde el poder, ni vendrán del poderío militar. Nuestra esperanza no está en los caballos ni en los carros (Salmo 20:7-8).
La Navidad nos recuerda que la esperanza para el mundo no llega desde los sitios de poder, sino desde los lugares sin ningún poder. La buena nueva de la Navidad no viene del gran palacio de Herodes, sino de un humilde pesebre. Las noticias de la Navidad no se comparten con señores y príncipes, sino con pastores en el campo. No viene del César en Roma, sino de un niño nacido en la pequeña e insignificante Belén.
Esta Navidad, al recordar al niño Jesús, no podemos dejar de pensar en los niños y en las niñas de Gaza y de Cisjordania cuya existencia se encuentra amenazada. Y es el niño Jesús quien nos llama a reconocer que nosotros, como comunidad global, somos responsables ante esta niñez sufriente.
Esta Navidad, más que nunca, se nos convoca a acudir a Belén. No sólo se nos llama a ejercer nuestra solidaridad con quienes viven allí y sufren la guerra y la opresión y que no celebrarán la Navidad, sino también a aprender de Belén: que nuestra salvación no viene del poder, sino que vendrá de los niños y de las niñas.